martes, 16 de marzo de 2010

LA CRÍTICA HIPERBÓLICA


A veces se nos calienta tanto la tecla que deformamos la realidad con la que pretendemos dialogar. Un paso más allá y seríamos capaces de llegar al esperpento. Si a ello añadimos la propia estructura y dinámica de blogs y redes, comentarios incluidos, donde escasamente se profundiza, veremos que en poco se contribuye a aclarar la situación en la que nos encontramos. Esta entrada está pensada fundamentalmente en el trabajo honesto de muchos profes que están asistiendo a cambios de gran importancia.


Algunos de los tuits que se me quedan grabados no hacen más revolotear en mi cabeza como si quisieran escapar. Uno de ellos indicaba que un mal maestro producía un daño irreparable en el alumno. A qué tipo de maestros nos estaremos refiriendo… ¿Al pederasta, al violento, al alcohólico? A lo mejor se refería al que no hace su trabajo, al que no lo hace bien, al que… Efectivamente, dejando a un lado las conductas de tipo criminal, abominables y que se han de perseguir, lo que suelo leer va en el sentido del profesor que no es competente en la implementación de las competencias básicas con sus alumnos y, entre éstas, la palma se la lleva la referida al tratamiento de la información y la competencia digital.


Supongo que a todos nos educaron unos maestros, cada uno con su peculiar forma de enseñar –si es que enseñaban algo–. Supongo que, conductas criminales al margen, nos enseñaron más aquellos que nos trataron con cariño, ante una pizarra o una enciclopedia Álvarez, que aquellos otros que nos trataron a golpes, en los que se personificaba la ansiedad diaria que nos embargaba a cada momento. De estos últimos no aprendí nada. Si no fuera por alguna hostia que me cayó, ni me acordaría de ellos. La resiliencia, ese proceso por el cual un individuo es capaz de sobreponerse a sucesos traumáticos, debería disponer de un grado de menor intensidad para referirse a los males que la escuela genera en los alumnos. Claro está que encontraremos individuos traumatizados por su paso por el colegio, pero sería conveniente tener en cuenta que, a pesar nuestro, los alumnos salen adelante y que, aunque se nos olvide, resulta que somos protagonistas de un sistema que tiende a reproducir desigualdades, porque en realidad el mercado de trabajo se encarga, inexorable, de colocar a cada uno en su sitio. ¿Y qué podría hacer el maestro para luchar contra ese determinismo?


Recuerden a Clinton refiriéndose a Bush: “Es la economía, idiota”. Recuerden en lo que se insiste una y otra vez: “Es la didáctica” (quito el “idiota”). Claro que es la forma de dirigirse al alumno, de dirigirse con los alumnos… Claro que es necesario tener unos fundamentos con los que conducirse, pero ¿cuáles? ¿Me hablan de objetivos operativos, de taxonomías de Bloom, de procedimientos y actitudes, de competencias? ¿Bajo qué marcos teóricos? Pues resulta que en mis años de experiencia he visto actuar de muy diversas maneras a muy buenos profesionales que han sabido sacar lo mejor de sus alumnos, los buenos y no tan buenos. A mi juicio, la clave está en la honestidad, en la responsabilidad para trabajar de tal manera que el alumno se sienta protegido y potenciado en sus capacidades, de modo de adquiera algo que de verdad le va a servir en la vida: el amor por aprender.


Pero, de repente, pareciera que todo el mundo se ha vuelto loco. Hay que correr con una implantación 2.0 y mientras tanto vamos dejando cadáveres por el camino. Hay que meter el concepto de competencia y lo que lleva anexo porque es lo que toca. Mañana tocará otra cosa y estaremos a lo que toque. Algo que me ha asombrado siempre es la capacidad de los profesores para adaptar sus programaciones en papel a las exigencias de la ley. El sueño de una ley de educación no produce monstruos; acaso programaciones, que se le parecen bastante.


Así que, entre tanto, mientras llegan PDIs, tablets y textos digitalizados, se imponen competencias, tareas y proyectos, y se vela mediante inspectores, asesores y talibanes de la cosa, los colegios y los profes siguen sacando a los alumnos adelante. Permitan que ponga en duda la especie de un profesorado en general refractario a hacer bien su trabajo. Me gustaría oír los comentarios elogiosos de profesores que lo intentan. Me gustaría leer las dificultades que se les plantean. (A propósito, Mª Sol se jubila este año y lleva cuatro trabajando con los tablets).


Entiendo que es saludable ver las cosas mucho más en perspectiva. Huir en ocasiones de los corrillos tic-didáctico-pedagógicos, donde el canto del piropo y el argumento de autoridad se nos van a veces de la mano.


Vale.

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